Tras cinco años de noviazgo y un matrimonio de 24 años, mi esposa Verónica y yo, comenzamos con algunos problemas, pues en el primer año de casados ya habíamos tenido nuestras diferencias.

Aproximadamente hace cuatro años, ella empieza a trabajar en una empresa de préstamos, y por las necesidades de la empresa ella se distanció de nosotros pues en contadas ocasiones también trabajaba sábados y domingos.

Dejó de frecuentar la santa misa y con pretextos de no terminar sus quehaceres cuando antes íbamos todos juntos a la eucaristía. Una ocasión en la que accedió ir con nosotros no comulgó y al salir del templo me miró con odio y rencor, su mirada era obscura, no era de ella, al mirarme me dijo: ¿Sabes porque no comulgué? Para hacerte enojar, por su actitud supe que me estaba engañando, pese a que nunca lo aceptó.

Ella sostenía que se sentía feliz así y que nunca iba a cambiar. Un día decide irse de casa y manda a su prima y comadre nuestra por sus cosas, ella me dice que mi esposa jamás quiso casarse conmigo y que nunca quiso tener hijos, que ya no me quería y por ende no quería estar ya más a mi lado.

Sufrí bastante por esta situación, la busqué un par de veces y lo único que recibí como respuesta de su parte fueron puras ofensas.

Gracias a una amistad me hablaron de un libro llamado: Oraciones para restaurar un matrimonio, perdón, sanación y liberación de Santa Cecilia Flores.

Comencé con mi oración diaria ante el Santísimo, mi rosario y la eucaristía, esto ha llenado de paz y tranquilidad mi corazón, sobre todo a mis hijos que están conmigo, por medio de una persona compañera de la misma batalla, conozco por voluntad de Dios a Ceci, la escritora de estas oraciones, Dios me permite acudir con ella a una asesoría personal y compartirle mi situación y recibir sus palabras de esperanza y fuerza, la que hoy Dios me ha concedido.

Ahora tengo la certeza de que Dios que ama a sus hijos, nos permite vivir situaciones tan dolorosas y tristes, para demostrar que estando con Él todo es posible, y que estas pruebas tan duras, unidas a su cruz, se traducen en bendiciones para nosotros y nuestras familias.

Ahora estoy en la batalla espiritual, con las armas que el Señor nos ha dado, sabiendo que el día que Él ya tiene predestinado, doblegará nuestra rodilla, perdonará nuestros pecados y nos unirá en su Sagrado Corazón y en el Inmaculado Corazón de María Santísima nuestra Madre. Para su santa gloria. Así sea.