Muchas veces nos hemos cuestionado ¿Cómo perdonar a esta persona que me ha lastimado tanto? ¿Cómo perdonar al maestro que llamó la atención a mi hijo delante de todo el grupo y con ello lo humilló frente a todos? Y de esta manera podríamos continuar con una lista interminable de cuestionamientos y predicamentos que nos agobian en el día a día y en el diario caminar de nuestras vidas; decía una imagen, entre tantas miles que se descubren hoy en día dentro de las redes sociales: “Buenos días, me presento, soy un pensamiento recurrente y la acompañaré durante el resto del día” la imagen prácticamente representaba a un gigante de aspecto bonachón, pero éste sin ropas y completamente en un color blanco, como si se tratase de un gigante formado por el globo de una onomatopeya y con una figura humana toscamente definida, que se inclinaba educadamente mientras sostenía la mano de su apreciable pensadora, una señora muy joven a quien se le veía, como comenzando muy temprano las labores domésticas y, a diferencia del gigante que la saludaba, con un poco más de color y una mirada un tanto resignada ante la presencia de su nuevo acompañante.

Así es como pasamos en numerables ocasiones nuestros días, acompañados de un solo pensamiento que nos perturba y nos interrumpe a cada momento, un pensamiento que nos incomoda y hasta nos estorba, porque simplemente no lo sabemos erradicar o porque lamentablemente lo hemos adoptado ya como parte de nuestra rutina cotidiana, y lo peor de la situación es cuando lo tenemos tan arraigado, que hasta llegamos a platicar con nosotros mismos de la misma situación una y otra vez. No es mi deseo, comenzar una cátedra de psicología para saber cómo erradicar pensamientos de este tipo y que realmente pueden ser dañinos para nuestra salud mental. Pero sí mencionaré lo que podemos hacer para ayudarnos.

Tal vez, para algunas personas, la pregunta que nos da vueltas en la cabeza infinitamente es ¿Cómo perdonar a mi cónyuge si me ha sido infiel?

No se trata de una pregunta sencilla, sino que, por el contrario, se trata de la pregunta, sin lugar a dudas, más dolorosa que nos podamos hacer, éste es un predicamento que nos lastima y nos entorpece si no sabemos omitirlo de nuestras actividades, y efectivamente, nuestro pequeño gigante, se volverá un auténtico monstruo que nos controlará no solo durante el día, sino que también nos robará la tranquilidad durante la noche, los días siguientes, la semana, etcétera, etcétera, etcétera.

Entonces hermanos, ¿Cómo podemos aprender a perdonar?; decía Oscar Schindler, un alemán católico que finalmente ayudó a cientos de judíos a escapar de las atrocidades del holocausto, tratando de persuadir a uno de los alemanes más enemistados con ellos, y quien mantenía a muchos a su servicio o mejor dicho como esclavos, robándoles su dignidad y asesinándolos a diestra y siniestra si no cumplían al pie de la letra sus órdenes y caprichos que rayaban en la excentricidad de la imprudencia, -“Perdonar, te brindará un poder digno de un emperador, digno de un dios” – le decía –“Perdonar es poder”.

Evidentemente, nuestro malvado personaje alemán, carecía de un ingrediente que, a muchos de nosotros, por fortuna, no. Pero que, a diferencia de él, nos hace falta saber dirigir y alimentar sabrosamente, ¿por qué no decirlo?, de una nutrida esencia que obviamente incluye una bondad que debería acompañarnos desde muy temprana edad y educada en todas las facetas y áreas que competen a nuestra humanidad: ESPIRITUALIDAD.

Pues bien, hablar de espiritualidad, sin duda se convierte en algo complejo, sobretodo, cuando tratamos de digerirla sin la verdadera sazón que implica hablar del tema abarcando todo lo que compete. Hablar de espiritualidad, entonces, nos obliga y nos compromete a incluir en la receta a Dios. ¿Quién es Dios en tu vida, hermano? ¿Qué tanto abarca Él en tu sentido común antes de tomar una decisión? ¿Realmente llevamos a Dios a todas nuestras actividades? ¿Lo invitamos? ¿Pensamos en Él? ¿O llevamos a un Dios hecho a imagen y semejanza de nuestro propio bolsillo? O, dicho de otra manera, un Dios a nuestra manera. Sin duda, incluir a Dios se vuelve complicado cuando nuestra espiritualidad es pobre o nula para ofrecerla al servicio de todas nuestras actividades y a todos nuestros hemanos.

Muchas veces, caemos en el gravísimo error de decir, y hasta lo predicamos con mucho orgullo, “sí lo perdono, pero que no vuelva a cruzarse en mi camino”, “sí lo perdono, pero que no vuelva a entrar a nuestra casa”, “sí lo perdono, pero que se olvide de mí”, “sí lo perdono, pero no quiero volverlo a ver”, etcétera, etcétera, etcétera.

¿De qué se trata esta clase de perdón a medias? ¿Te has cuestionado, hermano, cómo te perdona Dios? Él no te dice “te perdono, pero ya no comulgues mi cuerpo”, “te perdono, pero ya no participes en las celebraciones eucarísticas”, “te perdono, pero no te resucitaré en el último día”. No olvidemos la pregunta de Pedro a nuestro Señor Jesucristo y su respuesta: – Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas de mi hermano? ¿Hasta siete veces? Jesús le contestó: – No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Mt. 18, 21 – 22.

Debemos pues, hermanos, incrementar nuestra espiritualidad, pero, sobre todo, llenarnos más de Dios, alimentarnos de Él, alimentarnos de su palabra. Solo así comenzaremos a recorrer el camino para aprender a perdonar, aprender a abrazar el perdón que Jesucristo vino a enseñarnos con su propio testimonio, perdonar hasta en la cruz.

Saber perdonar, nos llevará sin duda al extremo de la balanza, porque nos señalarán, nos criticarán, nos harán pedazos, pero, ¿Qué significaría perdonar a nuestros hermanos equivocados sin la esencia de la espiritualidad que incluye a Dios mismo? Recordemos que, en este mundo, solo estamos de paso, que nuestro compromiso como cristianos va mucho más allá de calificarnos y llamarnos a nosotros mismos cristianos, debemos ser, a pesar de las críticas a las que nos enfrentemos, Cristos vivientes a cada paso de nuestro vivir.

¿Cómo perdonar a mi cónyuge si me ha sido infiel? Era la pregunta, y la respuesta es: de rodillas ante Dios, perdonando como Cristo, dando testimonio de verdadera vida cristiana, con una fe sin prejuicio ni quebranto, orando siempre por quien nos ha dañado, porque Dios nos dará fortaleza a través de su espíritu cuando vivamos en verdadera comunión con Él. Es algo que no se puede explicar, se tiene que hacer vida, llevar a Cristo en tu interior, revelará la verdad que nos prometió, no encontrarás nunca más obstáculo alguno para continuar el camino por muy oscuro que este sea.

A hacer vida la gran revelación de nuestro Señor: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre. Jn 14, 6.

César Lepe